lunes, 5 de febrero de 2018

zoom

medimos la vida por años pero la vivimos día a día. peguntamos por los kilómetros de una carrera pero luego la hemos de correr metro a metro. las cervezas las compramos por latas y, salvo raras excepciones, las bebemos trago a trago.
y a la inversa.
la lluvia cae gota a gota y nos deja empapados. el cansancio entra con cada parpadeo y te deja agotado al final del trayecto. la mochila se llena con cada una de las cosas que necesitamos pero se carga a bloque.
de un rato corriendo por la montaña queda el recuerdo de todo aquello que eres capaz de sentir.
vista
oído
olfato
gusto
tacto
el proceso de correr en si no aporta nada más que cualquier otro si no somos capaces de exprimir los atrofiados sensores que recubren nuestra fachada. nos perdemos mucho estando atentos a todo, imaginaos si vamos distraídos. a veces, como pasa con los sabores, con las vistas, con los olores o incluso con los sonidos unos tapan a otros. y eso no quiere decir que los primeros no están. cada zancada es un viaje. entrar en un túnel donde un bombardeo de estímulos nos sumen en un estado agridulce de vulnerabilidad. una borrachera sensorial que, sin dejar resaca, nos dibuja como lo que somos. ¿y que somos? pues, siento mucho si defraudo, pero solo somos personas que corren. y tan diferentes en la forma de correr como en lo que cada uno busca cuando lo hace. o en lo que cuenta cuando acaba. claro, cada uno siente distinto. pero si consigues equilibrar todo aquello que te rodea en una sola dirección. si eres capaz de proyectar hacia delante lo que sientes al principio. a la mitad. al final. entonces, y ahora viene la buena noticia, tendrás una herramienta más para acercarte a la plenitud. creo...



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