viernes, 22 de enero de 2016

especular

La mancha que vemos reflejada mientras miramos un escaparate con fondo oscuro. El regalo que nos regala, sin atisbo de piedad, el armario del baño al levantarnos. Una mano enfrentada a la otra. Una foto de esas selfies con palo o sin él. Moléculas químicas, complejas y sencillas, en su forma levo y dextro. Imagenes especulares. Especular. De espejo.
Pero esto hoy no va de espejos. Esto va de especular, de hacer conjeturas sobre algo sin tener conocimiento. De eso va. De que, a raíz de algo leido por azar, intentar entender en que momento alguien puede llegar a alejarse tanto de la realidad que viva cómodo en su propia mentira. Y, lo que es peor, intente colocárnosla a los demás. Hablo de las excusas cuándo a uno no le salen las cosas como espera...en carreras.
Vaya por delante que no aplica a todos. De hecho ya sabemos que son siempre los mismos y de lejos se los ve llegar. Ojo si no conocéis a ninguno...eso si es peligroso ;)
Especulemos pués. ¿Qué lleva a alguien a culpar a cualquier cosa -menos a él- de una retirada, de una caida, de perder tres puestos en el ùltimo kilómetro?
Especulemos con frases como "no se que me pasa pero se me ha cerrado el estómago", "que pena reventar el km 39 con la buena primera media maratón que había hecho", "me ha sentado mal un bocadillo y he perdido opciones", "iba remontando puestos sin parar en avituallamientos y al final me pasaron diez", "se me atragantaron la última subida después de darlo todo en la bajada de antes"....no se acaban ¿verdad?
Yo no digo nada. Especulo. Siempre los mismos. Siempre se lo creen ellos más que los demás. Culpa nuestra que les decimos "aha!" asintiendo con la cabeza. Y tragamos. Y mientras pensamos: tío, eso no se lo cuelas ni a tu madre. Pero, eh, sigue, sigue.
Yo el primero que achanta y traga.
Y como última especulación diré que estoy seguro que el 100% de estos socios dedican los últimos momentos, antes de plantarse, a montar su historia para explicar. ¿No? Seguro que si...
:)

miércoles, 13 de enero de 2016

el dormilón

Yo ya no sueño. Pero, si a duras penas duermo...
Dormir es el último de los grandes lujos. Preguntad por ahí.
Tumbado en la cama proyectas en el techo mil historias diferentes. Juegas a cerrar los ojos para que el cansancio te venza y te arrastre a un estado de letargo infinto. Te tapas y en la cueva de las sábanas blancas donde te sientes agusto, de pronto te agobias. Das vueltas buscando una posición imposible en la que dormirte sea fácil. Te levantas. Paseas por el salón, a oscuras, e incluso pones la tele o, enciendes una luz tenue y lees un libro. Escribes. Sacas una libreta y un boli...y escribes. Escribes mientras ella duerme.
Vuelves a la cama y subes la persiana. Estirado encima del edredón lanzas la mirada al fondo del cuadro tras el marco que forma la ventana. Muchas luces de colores. Entornas los ojos y ves que se van poniendo borrosas. Párpados cerrados. Casí KO.
Un nuevo pensamiento te saca, arrastrando por un tobillo, de lo que iba a acabar en dormirte.
Hubo un tiempo en que eras un dormilón. Sentado en la cama intentabas mantener la posición vertical pero caías hacia el lado de la almohada, fundido por el cansancio, y hasta el día siguiente. Hubo un tiempo en que eras un dormilón que no tenías límite ni en el lugar donde hacerlo, ni en las horas, Hubo un tiempo donde ni la necesidad o ausencia de compañía lastraban unas horas de descanso recuperador. Hubo un tiempo en que preguntabas por la mañana ¿qué tal has dormido? Un tiempo en que casi siempre contestabas lo mismo si alguien te lo preguntaba a la mañana siguiente. En saco. En sofá. En cama. En un coche. En el suelo. Hubo un tiempo en el que, abrazado a un deseo, pasabas la noche con una sonrisa. Velado por la luna.  O soñando.
Pero yo ya no sueño. Como voy a soñar si a duras penas duermo

para ti

jueves, 7 de enero de 2016

día de reyes

Subía las escaleras más descompensadas que había pisado nunca. A veces dos escalones de una tacada, a veces tres, a veces uno. Algún metro de tramo liso empinado y... más peldaños. El frío perlaba unas lágrimas de rabia recién salidas de sus ojos. Los dedos helados e insensibles apoyados en las rodillas acelerando el gesto de caminar. Como contraste, los cuádriceps echaban fuego, ardían. El trabajo muscular siempre es exotérmico aunque no llegaba a calentar las manos. Y el corazón botando dentro de un pecho que retumbaba a ritmo.
Era la zona a la umbría de la montaña. El sol llegaría un rato después. En las zetas del camino tenía la excusa perfecta para sentir que ganaba altura. Bastante en poco rato. Había dejado unos kilómetros de pista en los que seguramente trotó más rápido de lo que debía.
Paró.
Paró, pero no se puso erguido. Mantuvo el gesto del cuerpo apoyado en las rodillas. Respiró profundo. Unas gotas de sudor, que no entendía de donde habían salido, resbalaron por la frente fría y se precipitaron al vacío cayendo al suelo. Otras dos más. Se llevó una mano al cogote y lo notó húmedo. Sudor. Paseó toda la mano, desde la colleja hasta la nuez. Despacio. Acariciando y robando el calor a media parte del cuello. No tenía claro si quería calentar la mano o enfriar el cuello.
En la mejilla notó como tiraban de la piel las dos lágrimas secadas por el frío y convertidas en escarcha. Con el dorso de la mano las borró de la cara. Primero una y luego otra. Y luego paso la palma de la mano por la frente.
Levantó la mirada para ver el tramo de escaleras que le quedaba. El último. Apoyó un dedo índice en la nariz y sopló fuera un agüilla que no le dejaba respirar bien. Primero un agujero y luego el otro.
Notó que se estaba quedando frío. El sudor de la espalda, enfriado por el aire fresco del amanecer, hizo que un escalofrío le subiera desde el culo hasta la coronilla. Golpeó con una mano en cada cuádriceps, como si quisiera descargarlos de lo que llevaban, y encaró lo que tenía por delante.

Cuando acabó la vuelta, cambiándose y pensando en una ducha caliente, volvió a sentir otro escalofrío. La mirada se volvió a poner borrosa. Hasta tuvo la sensación que la voz le temblaría si hablaba. Desde el parking donde tenía el coche se giró. Miró la montaña donde había pasado la mañana de reyes. Y suspiró.

sábado, 2 de enero de 2016

más

Vuelvo a tener ganas de montaña. Y esta mañana ya he mirado sin recelo las riot aparcadas bajo los platos de la bici. Sucias y encartonadas, combadas hacia arriba por falta de uso, todavía guardan restos de barro de la zona de Torelló. Y he vuelto a colgar de una percha el goretex verde que aún estaba dentro de la mochila. Arrugado sin orden pero con la cremallera cerrada. Sucio. Y los calcetines de correr que estaban al fondo del cajón. Ahora asoman el hocico cuando lo abres. Sobre todo ese par preferido que, justamente por eso, es el que menos te pones. Vaya tela ! Y he buscado las camisetas técnicas de manga larga para cambiarlas por las de corta. Otro año más. Las mismas. Que ganas de pasar frío. La liturgia del cambio de armario. De cambio de baúl, más bien.

Vuelvo a tener ganas de montaña. Pero de mi montaña, no de su montaña. Como venganza he tirado todo los imperdibles que había por casa :-)

He ordenado los mapas de Alpina, los tracks de wikiloc, las carpetas del Dakota20. He repasado mi libreta de rutas pendientes. No se acaban. La mayoría son para cuando llegue el buen tiempo. Ahora es tiempo de preparación. La reflexión ha terminado. Es tiempo de recordar al gran A. Bukréyev.

"Las montañas no son estadios donde satisfago mi ambición de logros, son las catedrales donde practico mi religión. Yo voy a ellas como las personas van a la oración. Desde sus majestuosas cimas veo mi pasado, sueño el futuro y, con una inusual agudeza, experimento el momento presente...mi visión se aclara, mis fuerzas se renuevan. En las montañas yo celebro la creación. En cada viaje (a ellas) nazco de nuevo."