domingo, 5 de mayo de 2013

Un hotel con muchas estrellas

Llevaban media hora sin cruzar ni un palabra. Cada uno dentro de su saco de dormir, "aparcados en batería", junto a aquella roca enorme al borde del camino. Mirando a un cielo cuajado de estrellas de todos los tamaños y de todas las intensidades de brillo. Los ojitos ya empezaban a cerrarse. Era ese momento dulce en el que se alarga el tiempo de cierre y se acorta el de apertura en cada parpadeo. Avanzando hacia la paz de un sueño recuperador después de un día bien aprovechado. Pero deberían de ir desacompasados porque:
- ¿La haaaas visto? ¿La haaaas visto?, grito ella moviéndose dentro del saco
- No. ¿Qué ha pasado?, casi se quejo él
- Tío, una estrella fugaz. Preciosa. Y ha durado varios segundos. Nunca había visto una.
- ¿Y has pedido un deseo?
- Si !! No !! No me acuerdo... Que pasada. Ha cruzado desde allí hasta allí.
Mientras decía esto sacaba la mano de dentro del saco y trazaba un arco imaginario con el índice señalando al cielo. Y lo dejó apuntando al cielo, como metiendo el dedo en el agujero por el que se había ido la estrella fugaz, hasta que el cansancio le hizo bajarlo.
- Joder, me la he perdido. A ver quien se duerme ahora sin ver una.
- Yo no, desde luego. Seguro que hay alguna más.
Y volvió a meter el brazo dentro del saco.
La noche era fresca, no fría. Esa agradable sensación de estar calentito dentro del saco pero con la carita a la intemperie es uno de los grandes tesoros de una noche de vivac. Retomaron una conversación que habían dejado a medias en el bar, cuándo el camarero les trajo las dos cervezas y los bocatas que habían pedido. Y él, sin piedad, comenzó otra vez a explicarle, desde el principio, la primera vez que había ido allí con unos amigos escaladores. Con pelos y señales. Y cuándo acabo, oyó al lado una respiración profunda y relajada. No quiso preguntar. Se hizo el silencio.
Y si pasó alguna estrella fugaz más esa noche no lo sabremos pero ellos, y esto es seguro, no la vieron.

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